“ASÍ es, ja,ja,ja –mensaje de la leída amiga–somos una sola sopa de genes y del hermoso sincretismo”. Alusivo al comentario de la amiga abogada: “El asunto es que, sin negar la existencia de los pueblos autóctonos, la gran mayoría de «nosotros» resultamos ser aguacateros, de tanta mezcla que tenemos encima, así que no logro entender qué disculpas pretenden a estas alturas de los siglos”. “Mejor no pudieron decirlo el Sisimite y el Winston, exponiendo ese «falso nacionalismo hacia los pueblos indígenas». (Ya que nos invocan –mete su cuchara el Sisimite– explícale al colectivo que “sincretismo” es usado en antropología cultural y en estudios de religión comparada referido a la hibridación o amalgama de dos o más tradiciones culturales”).
¿Cuáles son esas “fuentes” –pregunta una lectora mexicana– que consignan tratos iracundos de los aztecas hacia los mayas? Cabe aclarar que, “en las crónicas de la conquista española, no se menciona una guerra específica de los aztecas para someter a los mayas”. La distancia geográfica y otros impedimentos probablemente “limitaron cualquier conflicto mayor entre ambas civilizaciones”. Hubo contacto comercial entre ellos, pero los mayas no fueron parte del imperio azteca. Sin embargo, sí hay indicios y fuentes que sugieren contacto entre aztecas y algunos pueblos de la región maya, que no siempre fueron relaciones pacíficas. Los apuntes históricos del fraile franciscano “Bernandino de Sahagún, hacen mención de conflictos ocasionales y expediciones de conquista hacia el sureste, más allá de su zona de influencia”. En “Relaciones de las Indias”, (recopilación de documentos del virreinato en el siglo XVI), da fe “de la expansión azteca que llegó a generar conflictos con regiones más lejanas, específicamente cuando los mayas del norte, como los de Tabasco, eran requeridos para pagar tributos”. “La zona de Veracruz y Tabasco, eran áreas de transición entre el mundo náhuatl y el maya”. Y, como decíamos ayer, “los aztecas eran conocidos por realizar campañas militares contra pueblos vecinos y rivales, con el propósito de obtener tributos, expandir su influencia y asegurar prisioneros para los sacrificios rituales; una práctica que estaba profundamente arraigada en su cosmovisión religiosa”. “Esta presión constante sobre otros pueblos creó resentimientos y enemistades”. Es lógico inferir que, dada la naturaleza guerrera y el carácter arrecho de los aztecas, el trato hacia los poblados mayas con que se topaban, no siempre fue amable o de exquisita cordialidad. Una crónica de origen “maya-quiché” –“Los anales de los Cakchiqueles”– describe “el temor que infundían las noticias de los avances guerreros desde el oeste; de lo que se temía pudiese ser una expansión azteca”. Y algunos estudios arqueológicos más reciente –como en el “Aztec Warfare”, de un antropólogo americano especialista en estudios Mesoamericanos y la cultura azteca– incluye “investigación de expediciones militares aztecas –incluyendo enfrentamientos– a regiones sureñas, donde se encontraron con pueblos mayas cercanos”.
(Está más claro –tercia el Sisimite– como el agua cristalina que, si bien el contacto militar entre aztecas y mayas fue limitado, los aztecas, que ejercían una vasta influencia económica y cultural, circunstancialmente “pudieron haber recurrido a la fuerza militar para imponer su dominio o mantener las rutas comerciales con áreas lejanas como las de los mayas”. -Sí –interviene Winston– de ahí lo vago en la mención de conflictos registrados, no así “con otros pueblos mesoamericanos más cercanos, como los purépechas o los tlaxcaltecas”. -Entonces –vuelve el Sisimite– la mexicana que indaga sobre estas referencias históricas ¿será que quiera facilitar la entrega de la carta de reclamación a la Claudia Sheinbaum, para que, por su digno medio, pida a su padrino López Obrador responder a los agravios, y dé sus disculpas por iguales tropelías cometidas por el imperio azteca contra nuestros pueblos autóctonos? -Es que –ironiza Winston– todo depende de si el Rey se resigna a pedir perdón y sienta un precedente. Ahí sí, entramos nosotros en la pomada. Eso sería insumo suficiente para que podamos desenterrar el sangriento pasado, y hacer una revisión victimista de la historia, sacándole el jugo a lo sucedido tendaladas de siglos atrás, explotar al máximo la pena, el sufrimiento y la opresión de nuestros pueblos autóctonos como elemento neurálgico para obtener legitimidad política en el presente. -¿Y todo esto –interrumpe el Sisimite– qué tiene que ver con Morazán? -Nada –aclara Winston–como tampoco el frívolo entretenimiento de quiénes disfrutan el largo feriado de la semana morazánica, tiene nada que ver con el prócer).