“BUENOS días –mensaje de la amiga abogada– excelente clase de historia”. “El asunto es que, sin negar la existencia de los pueblos autóctonos, la gran mayoría de «nosotros» resultamos ser aguacateros, de tanta mezcla que tenemos encima, así que no logro entender qué disculpas pretenden a estas alturas de los siglos”. “Mejor no pudieron decirlo el Sisimite y el Winston, exponiendo ese «falso nacionalismo hacia los pueblos indígenas». Pero bien, ya que estamos celebrando los feriados de la Semana Morazánica –aunque la frivolidad lo menos que se acuerde sea de Morazán– y dizque la defensa de “sentimientos patrios” hicieron del desaire mexicano un escándalo internacional, no hay que quedarse de brazos cruzados. Solo es que el Rey, con todo y su corona, sentando el precedente, se resigne y vaya de rodillas en penitencia al altar de la virgen de Guadalupe a pedir hincado perdón por la conquista, suficiente estímulo para lo que a nosotros atañe.
Ello sería que una alta autoridad local envíe una carta de reclamo a la Claudia Sheinbaum, que por su digno medio pida a su padrino López Obrador responder a los agravios, y dé sus disculpas por iguales tropelías cometidas contra nuestros pueblos autóctonos. Comunicarle, dicho sea de paso, que se le extiende cordial invitación que venga al país –pese a que él sea alérgico a los viajes y poco conoce del mundo exterior– para que vaya a la humilde capilla de la santísima virgencita de Suyapa a rogar por la expiación de los pecados cometidos. Para ilustración del colectivo, este sería el asunto categórico de la reclamación: Resulta que los aztecas, “conocidos por su naturaleza expansionista y guerrerista, mantuvieron una actitud de dominación hacia muchas tribus vecinas, aunque su relación con los mayas fue algo más compleja”. “La península de Yucatán y el área maya –para los aztecas– no eran territorios de fácil acceso debido a la distancia y la geografía complicada”. “Si bien los mayas ya habían pasado por su apogeo clásico antes de la llegada de los aztecas, seguían existiendo varias ciudades-estados independientes en la región”. El conocimiento que los aztecas tenían de las tribus mayas era en gran parte –ya que apreciaban el intercambio de sus productos, como el cacao– consecuencia de sus redes comerciales. No hay mayor constancia de campañas militares de los aztecas en plan de conquista a poblados mayas, como sí lanzaron “en otras zonas de Mesoamérica” –digamos en la región del golfo o los valles de Oaxaca– aunque algunas fuentes “hablan de “incursiones militares limitadas” en áreas mayas más cercanas”. Posiblemente, como los mayas ya no era “la civilización más cohesionada que fue durante su período clásico, y muchas de sus ciudades-estados estaban aisladas o separadas, han de haber sopesado que no era necesario “gastar pólvora en zopilotes”, y lanzar una embestida de subordinación directa a través de la conquista militar”. Sin embargo, en las campañas militares emprendidas contra pueblos mayas dispersos, pero cercanos –según el recuento histórico que se hace de varios de estos episodios– la saña no ha de haber sido distinta a la utilizada contra otros pueblos indígenas vecinos y rivales a los que exigían tributo, y tomaban prisioneros para sacrificios rituales.
(Así que –tercia el Sisimite– haciéndonos eco del dolor de nuestros ancestros mayas, a manos de la ira azteca, cabe el envío de la carta exigiéndole al mexicano las disculpas correspondientes. Por supuesto –intercede Winston– si vamos a hacer una revisión victimista de la historia, desde una perspectiva de agravio –retratando lo acontecido, poco más de medio milenio atrás, como una lucha entre los “buenos y los malos”– en simulada indignación, con el fin de levantar banderas populistas al ritmo marcial de un rimbombante discurso nacionalista que cale hondo en el nostálgico sentimiento de las masas de hoy, ignorantes de la historia, ni cortos ni perezosos, habría que tomar cartas en el asunto. Hay que –ironiza Winston– sacarle el jugo a lo sucedido tendaladas de siglos atrás, explotar al máximo la pena, el sufrimiento y la opresión de nuestros pueblos autóctonos como elemento central para obtener legitimidad política en el presente”).