¿REVISIONISMO?

LA lamentación del mexicano –que ya entregó, pero por lo visto seguirá mandando– exigiendo a la corona española pedir perdón por los sinsabores de la conquista, hace cinco siglos atrás, que indujo el desaire al Rey, negándole invitación a la toma de posesión de la presidenta entrante, por no haber respondido a la insolente misiva de López Obrador –si bien no mostró igual golilla de no invitar al presidente de Estados Unidos, que tampoco respondió a sus dos últimas cartas, quejándose dizque de la “injerencia del imperio” a la soberanía– tienta al repaso de algunos antecedentes históricos. Así que, asistidos por sitios de consulta y de algunos textos escritos por historiadores mexicanos, a vuelo de pájaro, un ligero trazo del lienzo: Digamos que la conquista de México fue “un proceso complejo que involucra múltiples actores, intereses y contextos culturales”. “La narrativa tradicional, que a menudo presenta a Hernán Cortés como el desalmado conquistador y a los aztecas como una civilización homogénea y resistente, aparte de simplista omite muchos detalles importantes sobre la dinámica de poder que existía en Mesoamérica para aquellos tiempos”.

“Antes de la llegada de los europeos, el Imperio Azteca, gobernado desde Tenochtitlán, mantenía un dominio sobre gran parte del territorio mesoamericano”. Conformaba el imperio “una alianza triple (Tenochtitlán, Texcoco, y Tlacopan) que ejercía un poder hegemónico sobre otras ciudades y tribus de la región”. “Los aztecas eran conocidos por realizar campañas militares en contra de pueblos vecinos y rivales, con el propósito de obtener tributos, expandir su influencia y asegurar prisioneros para los sacrificios rituales, una práctica que estaba profundamente arraigada en su cosmovisión religiosa”. “Esta presión constante sobre otros pueblos creó resentimientos y enemistades, facilitando a Hernán Cortés encontrar aliados locales dispuestos a rebelarse contra el dominio azteca”. Federico Navarrete, antropólogo, (del Instituto de Investigaciones Histórica de UNAM) en «Los orígenes de los Pueblos Indígenas del Valle de México», estudia las dinámicas de poder en el Valle de México antes de la llegada de los españoles”. Explica cómo los mexicas, al formar la Triple Alianza con Texcoco y Tlacopan, “establecieron un sistema de hegemonía sobre sus vecinos y cómo las tensiones internas y las rivalidades facilitaron la caída de Tenochtitlán”. Profundiza en el papel de “Malintzin (Malinche), quien no solo sirvió de intérprete, sino que jugó un papel clave en la negociación y las alianzas con los diferentes pueblos”. Miguel León-Portilla, (especialista en la cultura azteca y la cultura y literatura precolombinas) «Visión de los Vencidos», recopila testimonios indígenas, principalmente del Códice Florentino, para ofrecer una perspectiva indígena de la conquista de México”. “Destaca la fragilidad del Imperio Azteca debido a las enemistades con pueblos como los tlaxcaltecas, que fueron aliados importantes de Cortés”. También muestra “cómo el dominio azteca era visto como opresivo por muchas comunidades, lo cual explica en parte por qué muchos pueblos decidieron apoyar a los españoles en lugar de defender a Tenochtitlán”.

El académico, ensayista y diplomático José Luis Martínez Rodríguez, uno de los más reconocidos historiadores mexicanos, escribió una biografía de Hernán Cortés, en la que reseña entre otras consideraciones, “como logró la colaboración de pueblos subyugados por los aztecas, señalando que los tlaxcaltecas y otros aliados indígenas fueron fundamentales para su éxito”. “La obra explica “que la conquista fue posible gracias a la combinación de las alianzas, la estrategia militar y las epidemias que debilitaron a la población azteca”. (Bueno –tercia el Sisimite– sin interpretar los datos ofrecidos, ni remotamente, como excusa a episodios de crueldad de la conquista, qué si los hubo, como de desarraigo de la cultura de los pueblos autóctonos. Haciendo esa salvedad, todavía no hay explicación al absurdo. Gimoteando ahora, ¿por el sufrimiento de quiénes?—-sobre lo ocurrido hace más de 500 años– ¿qué disculpa, y a nombre de quiénes es la que quieren; que de rodillas vayan a pedir perdón hincados frente a la santísima virgen de Guadalupe? -Esa lamentación populista –ilustra Winston– demandando disculpas por la conquista en nombre de un supuesto sentimiento nacionalista hacia la raza indígena, cae dentro del «revisionismo histórico victimista». Sería “reinterpretar la historia desde una perspectiva de agravio, destacando el sufrimiento y la opresión de los pueblos autóctonos como un elemento central para obtener legitimidad política en el presente”. Es “apelar al sentimiento de injusticia histórica con fines emocionales y políticos, un recurso –simplista–de simplificar el pasado, transformándolo en una lucha entre «buenos» y «malos» con el fin de movilizar a las masas bajo un discurso nacionalista, de simulada indignación”).

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