Aclaro que no tengo visa norteamericana. Gocé de ella en mi lejana juventud y madurez. No obstante, con el transcurrir de los años fueron llegando a mi vida los incómodos achaques y dificultades propias de la edad y de las circunstancias personales que no me permitieron renovar tal cortesía diplomática. Dicho esto, llama mi atención escuchar muy a menudo a cualquier cantidad de personas que pregonan su desprecio y rechazo hacia los Estados Unidos de Norteamérica.
Particularmente, miembros y simpatizantes del partido político hecho gobierno, que, bajo las consignas ideológicas de izquierda, defienden sin pudor alguno, las banderas del socialismo cubano, nicaragüense y venezolano. Y seguramente poco les hace falta para abrazar las causas políticas de Rusia, China e Irán, con tal de mostrar sus antipatías y llevarle la contraria a los Estados Unidos, que representa para ellos el gran satán.
No tengo problema alguno en aceptar, que cada quien es dueño de sus actos y tiene la sagrada libertad y aparejado derecho –por muy equivocado que esté-, de escoger el bando político que le dé su real y regalada gana. Pero me cuesta entender que muchas de esas personas que hablan pestes de los Estados Unidos, cuando se les presenta la ocasión, no lo piensan dos veces para viajar a dicho país en vías de turismo, trabajo, salud o estudio. Les resulta fascinante pasear e ir de compras a Washington, Nueva York, Miami, Los Ángeles, Houston o Chicago.
Y no menos atractivo les provoca las visitas al Cañón de Colorado, las Cataratas del Niágara, los Casinos de las Vegas, los parques de Disney, o los sitios de esquí como el de Aspen, Colorado. Ello dicho sin desconocer que en ese país del Norte vive más de algún pariente suyo: un progenitor, o los dos, un hermano, un sobrino, un primo… un hijo. Pero vea usted lo que son las cosas o las contradicciones, estando aquí despotrican a su antojo y de viva voz contra el “imperio gringo”, y hasta se llenan de un manido orgullo catracho que los hace creerse los grandes contestatarios de una rancia elite pensante.
Lo dicho, estos personajes tienen todo el derecho de declarar su rechazo, o de poder viajar a la nación del norte las veces que quieran, pero no encuentro lógica, ni mucho menos concordancia entre lo que dicen y lo que hacen. Me parece una manifestación de cinismo que les hace tener más cara que espalda. Así como me parece harto llamativo que el éxodo de inmigrantes ilegales que suele darse regularmente en nuestro país, tiene preferentemente como destino a los Estados Unidos, pero jamás ocurre hacia los “paraísos terrenales” que suelen defender a capa y espada. Países del “encanto”, a los que también, ellos como cúpula política nunca irían ni por joder.
J.J. Pérez López.
Barrio El Manchén.
Tegucigalpa, M.D.C.