TEGUCIGALPA está de plácemes, hoy, conmemorando su 446 aniversario de fundación por conquistadores españoles en 1578, que la bautizaron con el nombre de Real de Minas de San Miguel de Heredia, debido a la abundancia de minerales en la zona, especialmente plata y oro. Su título de capital de Honduras le fue asignado oficialmente el 30 de octubre de 1880 por el presidente Marco Aurelio Soto, en razón de su estratégica ubicación territorial y su indudable importancia como centro político administrativo y comercial.
A lo largo de los años, Tegucigalpa ha experimentado un crecimiento significativo. Pero indiscutiblemente desordenado. Podría decirse que faltó visión de futuro a sus autoridades y pobladores de aquellos inicios. Y por eso, a pesar de su progreso, enfrenta serios desafíos. La infraestructura urbana ha tenido dificultades para mantenerse al ritmo del crecimiento poblacional. Millares de familias llegan del interior en busca de oportunidades laborales y educativas, y se ven obligadas a compartir espacios reducidos en las áreas marginales de los “cerros de plata”, como también le llamaban a la ciudad los fundadores españoles. La oferta de viviendas asequibles no ha podido satisfacer la demanda creciente, especialmente para las familias de bajos ingresos.
El desmedido crecimiento poblacional igualmente ha incidido en la falta de agua para satisfacer a la población, lo que también deriva en otras limitantes sociales en cuanto a transporte, seguridad y medio ambiente. La escasez del preciado líquido en Tegucigalpa es cada día más grave. Las represas que abastecen a la ciudad como Los Laureles y La Concepción han visto reducidos sus niveles a mínimos históricos debido a la sequía y la deforestación en las cuencas hidrográficas. A ello se suma la variedad climática. Por ahí se dice que aproximadamente el 50 por ciento de los habitantes capitalinos, no tiene acceso regular al agua potable.
Este nuevo aniversario de Tegucigalpa nos sorprende con la incidencia de uno de los problemas que en los últimos días ha generado una asfixiante crisis entre la población: el congestionamiento vehicular. Tanto así, que el gobierno central se vio compelido, el pasado viernes, a mandar a sus empleados a casa para hacer trabajo virtual, conectar con el feriado morazánico y que la Alcaldía del Distrito Central pudiese disponer de más espacio vial para la celebración de su carnaval lleno de música, artistas, bailes, carrozas, desfiles, exhibición de autos y variadas ventas de emprendedores. La ciudad, diseñada para soportar unos 200 mil vehículos, cuenta con unos 600 mil en circulación, lo que la convierte en un verdadero infierno de largas filas y tiempos prolongados, especialmente en las llamadas horas pico, en las que ahora son frecuentes los accidentes y reyertas entre automovilistas y motociclistas. Algunos incidentes han resultado trágicos. El consumo de combustibles también consume marcas. Y no es exagerado decir: ahora en Tegucigalpa medio mundo anda malhumorado y se volvió impuntual a la hora de cumplir sus compromisos de diversa índole. El comportamiento conductual del capitalino está cambiando drásticamente. Andamos “de malas pulgas”, como se dice en el caló popular.
Entre tanto, habrá que seguir viendo que el crecimiento del parque vehicular supera la capacidad de la infraestructura vial, que requiere de ampliar y mejorar las vías existentes y construir nuevas rutas para descongestionar las áreas críticas; que por falta de un transporte público eficiente y confiable habrá que seguir dependiendo de los vehículos privados; y que, como siempre, habrá que seguir soñando con una regulación del tráfico implementando medidas como horarios escalonados para los empleados públicos y sanciones para el estacionamiento indebido. A medida que Tegucigalpa avanza hacia el futuro, es crucial que se implementen políticas y proyectos que promuevan un desarrollo inclusivo y sostenible.