Aquel ahora y otros poemas de Jorge Valdés Díaz-Vélez

JORGE VALDÉS DIAZ-VÉLEZ (septiembre de 1955) es un escritor, poeta y diplomático mexicano natural de Torreón, Coahuila. Ha publicado 19 libros de poesía en México, España e Italia. Los más recientes son: Soledad en llamas (2022) y Los ojos del caballo (2024). Parte de su obra está incluida en numerosas antologías de poesía mexicana e iberoamericana editadas en América Latina, Europa y el norte de África.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana y el Premio Internacional de Poesía Hermanos Machado. Ha ofrecido lecturas de poesía en distintas ciudades de México y en países como Argentina, Bolivia, Costa Rica, Colombia, Cuba, Dinamarca, España, Estados Unidos de América, Marruecos, Portugal y Uruguay. Ha sido traducido al árabe, francés, griego, italiano, portugués, neerlandés, rumano e inglés.

Como diplomático de carrera fue jefe de misión adjunto en las embajadas en Marruecos y en Trinidad y Tobago, cónsul alterno en Miami, Florida, director del Centro Cultural de México en Costa Rica y director del Instituto de México en España, países en los que además se desempeñó como consejero de cooperación.

También fue consejero cultural en Argentina, Cuba y Marruecos, director de Convenios y Programas, y director de Difusión Cultural en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Es miembro honorario del Sistema Nacional de Creadores de Arte y miembro distinguido del Seminario de Cultura Mexicana.

ALFAMA
Atraviesa el amor, o lo que sea,
el mapa desdoblado ante los ojos
de la chica que aprieta en su bolsillo
una llave. Pasa el tráfico lento
y el espejo fugaz de la garúa;
cae desolación desde las nubes
encima de sus hombros y el destello
de su ajorca. Sujeta con firmeza
el tesoro metálico, aligera
el ritmo apresurado de sus pasos
sin mirar hacia atrás. La cerradura
queda lejos aún de su impermeable.
La puerta que ha de abrir tendrá el relámpago
de la pieza dentada entre sus yemas
y el secreto interior de la llovizna.
Afuera quedarán Lisboa y sus eléctricos,
los cálidos aromas del óxido del Tajo
corriendo inalcanzable hacia los puentes.

ISHMAR
La manera de peinarte desnuda
ante el espejo húmedo del baño,
de apresar en la palma tu cabello
para escurrir el agua y agacharte
en medio de palabras que no entiendo;
el acto de secar tu piel, la forma
de sentir con las yemas una arruga
que ayer no estaba, o de pasar la toalla
por la pátina oscura de tu pubis;
el modo de mirarte a ti contigo
tan cerca y tan lejana, concentrada
en una intimidad que a mí me excluye,
son gestos cotidianos de sorpresa,
ritos que desconozco al observar
las mismas ceremonias que renuevas
al calor de tu cuerpo y que dividen
un segundo en partículas: espacios
donde la vida expresa su sentido
posible y que se afirman al peinarte
desnuda en las mañanas, como un fruto
que yo contemplo por primera vez.

MATERIA DEL RELÁMPAGO
Calculaste al detalle cada paso,
sutil, desde hace siglos. Finalmente
tu esposo está de viaje y tus pequeñas
se fueron a dormir con sus abuelos.
Así que ahora estás sola y con euforia
te has vuelto a maquillar y te has vestido
de negro riguroso y perfumado
tu mínima porción de lencería.
Estás temblando, te dices, pero nada
te hará volver atrás. Miras tu imagen
alzada en los tacones, desafiante.
Tú y la noche son jóvenes y hermosas
como una tempestad que se aproxima.

ROSA NÁUTICA
Abro tu sexo, enmudecido
hiendo el dulzor que se incorpora
en suave punta roma. Nuestro
silencio a tientas lo rodea,
lo vuelve único en la bóveda
de su vocablo y tu blandura.
Desde muy lejos tú me miras
al contemplarte y algo dices
tras las columnas de tus piernas
abatidas. Fuera de ti
no hay otro tímido temblor
de gota en vilo. Un leve roce
mueve tus labios: luz eréctil
que parte en dos lo que define
mi lengua, el óvalo verbal
que beberás de mí en tus besos.

NATURALEZAS VIVAS
Duermes. La noche está contigo,
la noche hermosa igual a un cuerpo
abierto a su felicidad.
Tu calidez entre las sábanas
es una flor difusa. Fluyes
hacia un jardín desconocido.
Y, por un instante, pareces
luchar contra el ángel del sueño.
Te nombro en el abrazo y vuelves
la espalda. Tu cabello ignora
que la caricia del relámpago
muda su ondulación. Escucha,
está lloviendo en la tristeza
del mundo y sobre la amargura
del ruiseñor. No abras los ojos.
Hemos tocado el fin del día.

AQUEL AHORA
Las posibilidades de volverte a encontrar
eran remotas. Una entre un billón. Y habiendo
infinitos lugares dispersos por los números
de un cálculo improbable, quién imaginaría
que te iba a ver en esa cantina, transformándote
en luz de aquel entonces feliz, o eso quisieron
creer años atrás aquellos dos que fuimos.

Estabas allí, tú de pronto y sin aviso
previo, con una tímida sonrisa, recargada
en el hombro de un tipo de aspecto deleznable
que podría haber sido yo. No reconociste
mi rostro entre la gente del bar. Aunque tal vez,
supongo, pretendías saber adónde y cuándo
miraste mis facciones, en qué sitio más joven
hiciste un alto, bajo qué extrañas circunstancias
coincidiste con alguien que se me parecía
de lejos. Pero no recordaste, si acaso
lo intentabas, a quien le prometiste un sueño
que no ibas a cumplir, cuando nos despedimos
tras una ventanilla. De vuelta en este ahora,
tu cara era la misma donde vi el resplandor
del ángelus y el tacto de un crepúsculo gris
y hermético. Llevabas rubor en las mejillas
y el cabello más negro que alguna vez tocaron
mis manos por el valle lunar de tu cintura.

La bienaventuranza fue nuestra compañera
de viaje a las estrellas tan próximas al hambre
de nuestros corazones y su dolor difuso.
Era la edad del bronce pulido de tus pechos.
Las noches fueron lentas palabras inaudibles
del mundo que brotaba sin encajes. Bebíamos
la vida entre los versos de una poeta árabe
y bailaba desnuda la luz en la terraza.

Tú entonces te encendías y el viento iba contigo
por algún callejón a sórdidas tabernas,
levantando tu falda minúscula, mostrándome
las rutas que de súbito me alzaban al misterio.
Sin duda eras feliz de forma ingobernable.
También lo fui. Lo fuimos. Te dije, lo recuerdo
como si fuera ayer, que un dios haría suyos
los rasgos de tu nombre y el vino tu sabor
de almendra y paraíso. Sigues igual, incluso
me has parecido más hermosa, quizá menos
alegre que la imagen que de ti conservé
todo este tiempo en vano. Detrás de tu mirada
no encontré el resplandor de aquella chica insomne,
sino una palidez ceniza de rescoldos
que aún parecen guardar el vértigo del fuego.
No puedo asegurarlo. Y ya tan poco importa.

DOY FE
Donde dice la noche debe leerse el día,
donde aparezca sombra deben estar tus manos;
en donde diga brisa, ciudad que me abandona;
donde dice relámpago, memoria o travesía;
donde se nombra el fuego puede escucharse música;
el mar agonizante donde aparezca el mar;
debe decir la isla si puse ahí tu cuerpo;
la dársena o deseo, cuando la niebla diga;
debe quedar desierto donde escribí desierto;
diluvio, adonde tierra; el tren, en vez del túnel;
donde dice la playa debe decir tu sexo,
prolongación del viaje contra la luz confusa;
donde escribí la muerte, debe decir la vida;
donde dije la vida, debe decir la muerte,
máscara bajo mis huesos, desesperanza,
canto sin flor, presente simultáneo, destino.

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