Lima (AFP). El expresidente Alberto Fujimori, fallecido hoy miércoles a los 86 años, gobernó Perú con mano de hierro entre 1990 y 2000, derrotó a la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso y estuvo preso 16 años por crímenes de lesa humanidad.
Descendiente de japoneses, ingeniero agrónomo de profesión y con una exitosa trayectoria como docente universitario, se convirtió en 1990 en el primer hijo de inmigrantes en conquistar la presidencia de Perú, al vencer en las urnas al archifavorito escritor Mario Vargas Llosa.
Considerado racional y metódico, aplicó mano dura para desmantelar las guerrillas y fue a la cárcel por violar derechos humanos.
Fujimori falleció este miércoles en su vivienda en Lima donde se recuperaba de un tratamiento contra un cáncer de lengua, según informó su familia.
Además de cáncer lingual, el expresidente padecía diversos problemas de salud, como fibrilación auricular y dolencia pulmonar e hipertensión.
El expresidente Pedro Pablo Kuczynki (2016-2018) le concedió el indulto a finales del 2017. Pero poco tardó en perder la libertad. A principios del 2019 volvió a la cárcel, después de que un juez anulara la medida de gracia.
«Que la historia juzgue mis aciertos y mis errores», escribió el expresidente al cumplir 80 años, el 28 de julio del 2018, en un manuscrito enviado a la AFP, donde expresó su convicción de haber sentado las bases de un país que llegará a ser «líder en América Latina».
«En los contados años que me quedan me dedicaré a tres objetivos: unir a mi familia, mejorar en lo que pueda mi salud y hacer un balance equilibrado y sereno de mi vida. Esos son mis tres principales metas al cumplir mi octava década de existencia», señaló entonces.
Conocido como «El Chino», Fujimori fue muy popular. Pero en noviembre del 2000, en medio de una creciente oposición tras 10 años de gobierno, huyó a Japón, la tierra de sus ancestros, y renunció por fax a la presidencia para evitar ser destituido.
Había detentado un poder casi absoluto tras dar un «autogolpe» el 5 de abril de 1992, cuando disolvió el Congreso e intervino el Poder Judicial, apoyado en las fuerzas armadas y en una estrategia de su asesor de inteligencia, Vladimiro Montesinos, eminencia gris del régimen.
Con cuatro condenas judiciales por crímenes contra la humanidad y corrupción -la mayor de ellas a 25 años de cárcel- y con su salud debilitada, pasó los últimos años visitando hospitales.
Fujimori era un «héroe» para muchos peruanos y «villano» para otros.
«El gobierno de Fujimori fue el punto más bajo en toda la historia de Perú por la conducta del acusado y por hacer tabla rasa de cualquier tipo de reglas e institucionalidad y normatividad», opinó el sociólogo Eduardo Toche cuando fue condenado.
«Para él no existía ningún marco legal, el marco legal era el de su voluntad y la de sus amigos, nada más», dijo a la AFP.
Fujimori cultivó un estilo autoritario con su perfil de hombre frío, desconfiado y poco comunicativo. Gobernaba con un criterio de cofradía secreta, rodeado de un pequeño círculo de colaboradores.
Esa forma de gobernar sin contrapeso de otros poderes del Estado, con control sobre los medios de comunicación -principalmente de las grandes cadenas de televisión cuyos directivos fueron sobornados- abrió las puertas a la corrupción.
Su esposa, Susana Higuchi, se divorció de él en 1994 y lo acusó de haberla torturado y de dañar su salud mental. Higuchi falleció en diciembre del 2021.
Fujimori aplicó un modelo económico neoliberal que le valió el apoyo de empresarios, clases dirigentes y organismos financieros internacionales. Ello le permitió superar la crisis a la que había caído Perú en el primer mandato del socialdemócrata Alan García (1985-1990).
También derrotó a la guerrilla maoísta Sendero Luminoso y al guevarista Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), pero organismos de derechos humanos denunciaron matanzas de civiles inocentes.
Uno de los episodios que le dio más rédito político fue la liberación de rehenes en la residencia del embajador de Japón por el MRTA, en abril de 1997.
Luego de 122 días de toma guerrillera, 71 de los 72 rehenes fueron liberados (uno murió). Los 14 rebeldes fueron abatidos en un operativo militar que recibió elogios de muchos gobiernos y cuestionamientos de grupos de derechos humanos, que denunciaron que los secuestradores fueron ejecutados después de rendirse.
Tras refugiarse en Japón, llegó sorpresivamente en 2005 a Chile, que lo extraditó en 2007 a Perú, donde fue juzgado y condenado.