Por Karen Lentini Gómez
Nicolás Melini (Santa Cruz de La Palma, 1969) es un narrador inmerso en la brevedad, la elipsis inesperada, el vértigo de las sugerencias que huyen de las resoluciones frecuentes. Sus libros transitan con libertad por variadas estructuras literarias: el relato largo y el corto, la autoficción, la crónica de lo cotidiano. Con esas formas procedimentales escarba las penumbras de la condición humana, indaga en la lucha contra el tiempo y hurga en el espesor de la memoria. Melini es un virtuoso de la agudeza anecdótica.
De su vasta obra destaquemos los títulos más recientes: la novela El estupor de los atlantes (Granada, Editorial Nazarí, 2019), las narraciones ¿Que qué me pasa, muchacho? (Almería, Editorial Confluencias, 2023) y una recopilación de cuentos que integran veinticinco años de trabajo: No es culpa de ellos, ellos no tienen la culpa (Tenerife, Editorial Diego Pum, 2024).
Además de guionista y narrador es director del Festival Hispanoamericano de Escritores que se celebra en la isla de La Palma y que este año 2024 tiene a Venezuela como país invitado.
Usted es un escritor de una sinceridad feroz, capaz de exponer abiertamente pensamientos oscuros, esos que solemos descartar por considerarlos «inapropiados». ¿Cree que la literatura ayuda a reconocer ese tipo de ideaciones al constatar que todos las tenemos?
Si algo distingue al escritor es su capacidad para mirar alrededor apartando las tonterías propias de su tiempo. Si al escribir se dejara embaucar por estas, sus libros carecerían de universalidad. Quizá la inteligencia sea eso, saber reconocer lo que es hoy y fue ayer y será siempre de entre la faramalla consuetudinaria. Por eso la literatura pone en su sitio a la estupidez, nos la quita de delante. La literatura es conocimiento, una suerte de verdad, precisamente porque lo que no importa es apartado de ella. Lo «apropiado» suele ser una máscara moralista que le ponemos al mundo. El escritor suele buscar más allá de las máscaras. Sí me parece que este es un tiempo en el que hay muchísima gente escribiendo lo apropiado, sin darse cuenta de que eso no es, pero es que vivimos un momento muy publicitario, en el que nos comportamos como productos, y el producto debe ser conveniente. Se trata de un totalitarismo propio del mercado (el de la necesidad de agradar a toda costa), que debemos intentar sortear, pero muy pocos lo consiguen.
A propósito de la reciente publicación de No es culpa de ellos, ellos no tienen la culpa ¿qué coincidencias y qué diferencias tiene su escritura desde que empezó a escribir hasta ahora?
Tal vez antes tiraba hacia el «tremendismo», y ahora lo contengo. No era algo voluntario ni consciente, me lo hizo ver un crítico que lo valoró como algo que estaba ahí, ni negativo ni positivo. Siendo consciente, entonces sí, lo mido, lo contengo, cuido de que no se haga importante. Por otro lado, me doy cuenta de que he ido experimentando con la puntuación y quizás con la sintaxis, mis libros varían entre sí. No es algo que me parezca que importe mucho, pero, por alguna razón, he ido variando, no hay una unidad en ese aspecto.
De sus libros ¿cuál podría decir que es el cimiento de su obra?
Como es normal, la escritura es una búsqueda constante. Y sí, hay libros en los que comprendes que has encontrado algo o has llegado a algún sitio. Sentí esto a los 25 años al escribir mi novela El futbolista asesino, a los 29 al escribir el libro de poemas Cuadros de Hopper y a los 40 cuando publiqué el libro de cuentos Pulsión del amigo. Curiosamente, un libro de cada género.
Afirma que «si la libertad no se ejerce se pierde». En la escritura ¿cómo podemos establecer el límite de nuestra libertad y que esta no invada la libertad de otros?
Los libros no invaden la libertad de nadie. Otra cosa es que alguien quiera, porque le convenga, montar un follón por un libro. Si la sociedad es puritana, por ejemplo, seguro que trata de esposar al escritor para que no escriba lo que no conviene. El exceso de moral siempre acosa a los escritores, se cierne sobre ellos, trata de acallarlos. Pero el escritor amenazado por la censura se rebela. El que escribe, me parece, tiene que estar preparado para jugarse la vida por lo escrito. Cervantes lo hizo. Es el mejor modelo que tenemos.
¿Existe algún personaje que le haya acompañado durante años y del que todavía no haya escrito?
Me parece que no. Supongo que sería al revés: un día me pondré a escribir sobre un personaje y en ese momento me daré cuenta de que llevaba acompañándome mucho tiempo…
¿Cree que los autores conocen con certeza de donde provienen sus libros? Me gustaría que explicara de donde viene el libro El estupor de los atlantes y la frase: «Todos los atlantes del mundo caen en la cuenta de que no sostienen nada».
Sí, uno siempre tiene una noción de cómo ha sido el inicio del proceso creativo que ha acabado en un libro. El estupor de los atlantes es una novela corta que escribí en una residencia de escritor de un mes en Aix en Provence, gracias a la asociación La Noria. Las condiciones de la residencia influyeron en muchas de las decisiones previas. Por ejemplo, la historia debía suceder en Aix en gran medida, ciudad que yo desconocía. Y solo tenía un mes becado. No estaba obligado a escribir una novela corta, podía ser un cuento de veinte páginas, pero yo quería escribir una novela corta. La primera decisión que tomé fue no buscar ninguna información sobre Aix. Iría metiendo la ciudad en la novela a medida que la fuese descubriendo. De hecho, el libro empecé a escribirlo en el avión Madrid-Marsella. Mi propio viaje hasta allí me sirvió para contar el viaje de la narradora. De la historia y los personajes previamente solo sabía que sería una historia de desamor entre dos mujeres. Y tenía un corpus de emociones positivas y negativas sobre las que quería escribir. Como tenía poco tiempo, ello influyó en el estilo, que lo decidí cortante, rápido, sentencioso, con párrafos muy breves: no me hubiese dado tiempo a escribirla en un mes si hubiese sido una novela de párrafos densos. Tendí, sin ser consciente entonces, a formas que se pueden encontrar en la narrativa de Marguerite Duras, por entendernos. «Todos los atlantes del mundo caen en la cuenta de que no sostienen nada» habla, me parece, del final de un proceso de emancipación. Los personajes de la novela, ellas dos, son como atlantes que se afanan por sostener el mundo, sobre todo una de ellas, mediante su activismo. La novela trata de un necesario proceso de emancipación vital y amoroso. Es una reflexión sobre un mundo capitalista que tiene por nichos de mercado a las distintas causas ideológicas.
¿Cuál es su postura sobre el feminismo? ¿Se podría decir que el feminismo literario se ha banalizado?
No sabría decir qué es el «feminismo literario». En cuanto al feminismo, me parece que forma parte de la moral de Occidente, junto con otras ideas que se asocian a la izquierda como el ecologismo, la lucha racial y los derechos LGTBIQ+. En los últimos años hemos terminado, entre todos, de implantar esta nueva moral. Y es la mía, claro. Es la de todos, es incluso la de aquellos que no quieren que lo sea. A nadie se le ocurre que esté bien poner obstáculos a una mujer por ser mujer, por ejemplo. Todo el mundo sabe que está especialmente mal insultar a una persona trans por serlo. Como se trata de una moral, hay que tener mucho cuidado con no resultar inmorales, porque, quien lo sea, corre el peligro de resultar castigado: censura, cancelaciones, chivos expiatorios, ostracismo, borrados culturales, persecuciones morales. Violencia, por ahora, poca, por fortuna, pero no hay que descartarla, pues la función de la moral es la de aglutinar a los propios contra el enemigo. Enseguida se hacen bandos. Un proceso moralista puede llegar muy lejos en la violencia.
Por mi parte, he escrito que se trata de un «nuevo sistema cultural»: sistema cultural = religión. Hay pensadores que dicen que este conjunto de ideas no sustituye al cristianismo, sino que lo continúa. En otro caso, he leído que se considera que las facciones que se enfrentan en Estados Unidos (woke versus trumpismo, feminismo versus LGTBIQ+) en realidad son partes de una misma cosa y no deja de ser el cristianismo. Tiene gracia, porque se trata de una moral que asociamos a la izquierda y al laicismo e incluso al anti-cristianismo, pero todo indica que el «nuevo sistema cultural» es una transformación del cristianismo: dogmas, víctimas, pecados originales, salvación, culpa, ritos. Y como se trata de nuestra moral, de las ideas que preponderan hoy, ya no estamos hablando de ideas de progreso, progresistas, sino de ideas conservadoras. Yo me considero progresista, la moral (aunque sea también la mía) es conservadora, y como escritor me parece que tengo, como decía al principio, el mandato de buscar más allá, de comprenderlo y apartar lo que no es relevante de ello, de cuestionarlo, de criticarlo y, por tanto, de perfeccionarlo. Cada tiempo tiene su moral y siempre, siempre, acabamos considerando que las creencias de una época eran mentira y pasamos a otras. Así que, el feminismo es mi moral, pero no le tengo fe.
Usted además de escribir cuentos y novelas, escribe guiones. Quisiera saber su opinión sobre la siguiente frase de Paul Auster:
La novela es el único lugar del mundo en el que dos extraños se pueden reunir en condiciones de absoluta intimidad. El lector y el escritor hacen el libro juntos. Ninguna otra forma de expresión artística es capaz de captar la introspección esencial del ser humano como lo hace la novela.
¿Esta «absoluta intimidad» se puede conseguir con otros géneros?
Creo que el propio Auster hubiese dicho lo mismo de la poesía y del cuento. No así del cine. Pero lo relevante de la lectura de literatura no es que en ella «dos extraños se pueden reunir en condiciones de absoluta intimidad», sino que, como sucede con todas las expresiones artísticas, el lector se encuentra ante una realidad a la que se ha despojado de todas las estupideces que nos rodean. Miramos alrededor y el mundo es muy confuso y está lleno de cosas que no importan: leyendo te encuentras ante lo que importa del mundo. Y eso es valiosísimo. Sumando lecturas, poco a poco, te vas haciendo más inteligente. Cada cierto tiempo, percibes cómo tu cerebro se expande y tienes más capacidad. Esto es asombroso.
Su obra Talón abarca la minuciosidad del cuerpo, la fragilidad, la melancolía, lo injusto…
Los cuentos de Talón hablan sobre la fragilidad del ser humano de hoy. Es uno de mis libros más radicales a la contra de la literatura que le gusta al mercado. Es un libro áspero, rugoso, nada publicitario. Es una literatura sólida, como la que se hacía antes de que el mercado se desarrollase hasta este extremo.
¿Qué que me pasa muchacho? Ya el título anuncia desconcierto, un encontronazo con el interior, el cual persiste al comenzar con esta frase: «Hay eventos mínimos en los que se concentra el antes y el después de todas las cosas».
Creo que ese es un libro especial, diferente a los demás que he escrito. Creo recordar que lo escribí en un periodo de desconcierto ante mi propia labor creativa y que por entonces desconfiaba mucho de la novela que se estaba haciendo y además me di cuenta de que había demasiadas cosas del mundo que no entendía, que se me escapaban, y que tenía que ponerme a estudiar y a observar y pensar porque sin entender no podía escribir nada. Por esto se trata de un libro fragmentario en el que, tal vez, trataba de responderme a la pregunta de cómo es el ser humano de hoy.
¿Qué puede contar de la controversial portada del libro?
Finalmente me parece que no ha sido «controversial», más allá de que algunas personas hayan podido sentirse más o menos cómodas con ella. Es una pintura, mujer desnuda de pie vista desde abajo, con el coño en primer término. Yo buscaba una imagen de madre hoy. Pero las madres que encontré en la pintura eran clichés y muchas veces clichés de otro tiempo. Entonces encontré esa imagen, que me recordó el cuadro El origen del mundo y la imagen de fertilidad de la antigüedad. Me pareció que el cuadro hablaba con crudeza del núcleo del libro. Enseguida me di cuenta de que, en nuestra nueva moral, esa imagen podía incomodar a alguna persona. Me acordé de un amigo artista al que le montaron una pequeña crisis de prestigio en redes sociales debido a un desnudo de su pareja: le decían que podía haberla obligado a posar desnuda. Un disparate. Y esto acabó de convencerme a favor de esa imagen. Pensé que no podemos permitir que se estreche el espacio de las obras de arte, que se limite la libertad de expresión. Un artista no puede permanecer impasible cuando están tratando de censurar a otro. Si hay intentos de censura sobre un desnudo femenino, el artista tiene casi el deber de mantener esa posibilidad abierta. En este sentido, la portada es un poco performance, porque en el mercado del libro (en tanto que mercado cuyos productos tienden a ser agradables para ser consumidos: imágenes inocuas, portadas meramente estéticas, sin controversia alguna) no existe un tipo de portada que sea, en sí misma, una propuesta artística que pudiera mover a la persona que la mire. Me parece que si acaso podía ser controvertida con respecto al mercado, y cabía la posibilidad de que el mercado la censurara (libreros, distribuidores, medios de comunicación, instituciones, plataformas digitales…). Pero el mercado me ha sorprendido, apenas la borró en algunas ocasiones. Lo cual celebro porque esto quiere decir que la libertad de expresión goza de cierta salud.
Hablemos de su perspectiva del tiempo, del reconocimiento o desconocimiento con este hombre moderno que retrata en sus libros. ¿Cómo se contempla, cercano o lejano a él?
Creo que el lugar del escritor es el de estar sin estar. Yo soy ese hombre de ahora pero lo tengo que mirar desde dentro y también tratar de hacerlo desde fuera. El escritor es un desclasado. De hecho, me parece que cada vez soy más desclasado y serlo me parece positivo para mi escritura aunque en mi caso pueda ser que ello conlleve una vida menos cómoda y plagada de incertidumbres.
«Si lo que escribo es bueno, entonces lo leerá la gente. Un autor pone el corazón y las entrañas en cada página. Para que lo sepas, una buena novela puede cambiar el mundo». John Fante acerca de la repercusión de la literatura.
John Fante y Charles Bukowski, que se admiraban entre sí y de hecho Bukowski obró el milagro de que se atendiera a la literatura de Fante, que permanecía en un segundo plano en su época. Y ambos tenían opiniones completamente diferentes sobre el asunto de la trascendencia de la literatura. Desde luego, Bukowski no pensaba que la literatura pudiera «cambiar el mundo», él decía, además, que no tenía la menor intención de «salvar la ballena y el gran leopardo blanco». Yo creo que la literatura, si acaso, nos moldea individualmente. «Íntimamente», como decía Auster en tu cita. Y si pienso en la posibilidad remota de que la literatura pudiera cambiar el mundo de veras, creo que sería, si acaso, porque aquellos que leen se mejoran individualmente, y no hay que menospreciar el beneficio para la humanidad que puede tener que haya menos tontos y más gente inteligente. La gente tonta es lo peor, peor que la gente malvada. Ya sabes lo que decía Cipolla. El malvado perjudica a alguien, pero es que el tonto perjudica a todo el mundo y también a sí mismo. No deja títere con cabeza. Hace demasiado mal, el tonto. En ese sentido sí me parece que la buena lectura de literatura es un beneficio para la humanidad. No así la lectura de productos, porque estos te dejan exactamente donde estabas antes de leerlos. Infravaloramos la capacidad nociva de los libros que solo pretenden ser entretenidos. Leyéndolos haces el mismo esfuerzo que leyendo los otros, pero te dejan igual que si no los hubieras leído, de tal manera que son una pérdida de tiempo, no merecen la pena. Las buenas letras son entretenidas pero no solo, son muchas otras cosas, y te mejoran.