El cachorro era parte de una camada de seis crías de raza pitbull, cuando nacieron la madre los trató con mucho cariño a pesar de que estaba enferma. A ella le costó parir ya que tenía muchas lesiones producto de la peleas que la obligaban a sostener. Ella no era agresiva, pero muchas veces tuvo que pelear para sobrevivir. A pesar de todo ella fue una buena madre con sus cachorros. Por lo menos los primeros meses de sus cachorros le evitó que la llevaran a las peleas, tenía que alimentarlos. Cuando murió Drago, el padre de sus cachorros, su dueño se quejaba de que los perros que tenía no le hacían ganar dinero. El hombre tomaba mucho por las noches, se ponía violento y pegaba a los cachorros de los demás perros que vivían en otras jaulas. Su mujer le reclamaba que no lo hiciera y su respuesta siempre era “tienen que aprender a ser agresivos”. Cuando alguno de los cachorros reaccionaba a sus maltratos mostrándole los dientes, inmediatamente era separado de sus padres y comenzaba a ser “entrenado” para la pelea, que en realidad solo era alimentarlo más y enseñarle a ser cruel, con golpes y gritos. Así comenzaba la selección de los que luego pelearían.
El hombre no se preocupaba de las hembras, las vendía, hasta que una de ellas lo mordió, esa fue la mamá del cachorro. A ella la hizo pelear tres veces y ganó las tres veces, pero a un costo muy alto. Casi muere en la última pelea, entonces solo la cuidó para que tuviera crías, después de seis meses cuando sus crías ya no la necesitaban, la llevó a pelear y ella quedó muy herida, entonces la dejó morir sin importarle nada más.
Cuando los cachorros machos cumplían un año eran llevados por el hombre a los circuitos de pelea de perros que habían en Comas, populoso distrito al norte de la ciudad de Lima.
El criadero estaba en las laderas del río Chillón, a unos kilómetros del populoso distrito de Ventanilla, al lado de un relleno sanitario, en una de las zonas más paupérrimas de la ciudad, en donde se crían clandestinamente cerdos y gallinas que luego van a parar a los mercados de las zonas más cercanas. “Feo”, así le decían al hombre, era conocido porque sus perros pitbull ganaban todas las peleas ilegales y eso era lo único que le daba orgullo. Odiaba a todos, a su mujer, a sus hijos, a su anciana madre, se odiaba a sí mismo, se sentía feo y sucio. Cuando no estaba asaltando locutorios, bancos o empresas con su banda, o cuando no estaba en el criadero hostigando a sus animales, se pasaba horas frente al inmenso televisor jugando “call of duty” o Assassin’s” sus juegos en red preferidos. En realidad él prefería estar solo sin tener que hablar con alguien, así se sentía mejor.
Cuando el cachorro creció, demostró ser ágil y fuerte, estaba atléticamente dotado de los rasgos que caracterizan a los perros de raza pitbull. Sin embargo, el animal solo quería estar cerca de su madre y jugar con sus hermanos. El humano al que él reconocía como «Alfa», era extraño, del cariñoso hombre que lo cuidaba cuando él era solo un pequeño cachorro, se transformó en un individuo hosco y enérgico ahora que él había crecido y estaba más grande. Lo azuzaba a pelear con sus hermanos, le pegaba cuando notaba que él buscaba el calor de mamá y era cariñoso con los demás perro del criadero. No entendía porque tenía que ser malo con los demás animales. Pero el alfa, lo alimentaba y él sentía que debía de obedecer su voz, ordenara lo que ordenara. No importaba lo que sintiera, “si el alfa dice “ataca” yo lo haré y no intentaré entender”, se decía el cachorro. Y así lo hizo con el tiempo, ignorando sus propios sentimientos había peleado con los demás cachorros.
El cachorro al que todos en el criadero llamaban Killer, se había convertido en un inmenso pitbull de casi un año, fuerte y con un poder sorprendente en su mordedura. Lo que mordía no lo soltaba, más cuando sentía esa extraña energía que se apoderaba de él cuando se molestaba. Todos los animales en el criadero le temían. Había vencido fácilmente a sus hermanos y a su madre la había atacado, dejándola herida. Killer no entendía por qué el alfa se lo había ordenado; derrotó a los rottweiler, a los bull terrier, a los doberman de otros criaderos con facilidad en los topes de entrenamiento. Killer era el campeón de los “Feos” como les decían a ellos. Por eso quien mejor comía, el que dormía con el Feo en su cama , aunque la esposa del hombre reclamara. A él lo sacaban a pasear por el costado del río, por los basurales y eso le gustaba al animal. Una tarde percibió una extraña excitación en Feo, el alfa, cuando salieron a caminar con Killer este escuchaba hablar con fastidio al hombre que lo jaloneaba constantemente por la correa que llevaba atada al cuello, eso provocaba que el animal se ponga nervioso, excitado, agresivo e inmediatamente quisiera pelear para descargar toda esa energía que se apoderaba de él. Cuando regresaron al criadero, Feo lo subió a una camioneta destartalada y se fueron a Comas.
– Feo que buen perro tienes, vendemelo pee -dijo el obeso Grampa.
– No lo vendo, es mi campeón “#%&/$7643=)&==&$$#..dre -contestó Feo.
– Crazus, el rottweiler ha sido el campeón en cinco peleas mano, ha destrozado a sus enemigos, les arrancó las cabezas fácilmente a algunos, destrozando patas, pero esa basura del Killer, lo mató en tres minutos. – decía el sucio Grampa.
– Muerde como la #$&%$#&9(/&$!…dre, a que sí – respondía orgulloso el Feo – para eso lo entrené, pe.
– Pucha Feo, no lo soltaba aunque el otro estaba muerto, que fuerte muerde tu perro Feo, es un monstruo.
– No lo vendo, me lo llevo a casa, hay que curarlo.
A su lado estaba Killer, con heridas y rasguños en el cuerpo y una mordida grande debajo del cuello que sangraba. Caminaba con dificultad y sus ojos tenían una extraña tristeza que pasó desapercibida para los dos rufianes.
– Quinientos dólares por tu perro – le dijeron al Feo.
– No lo vendo Cucaracha, hoy me hizo ganar mil dólares – respondió orgulloso el hombre que jalaba de una cadena al pitbull herido.
Killer no entendía por qué había peleado, por qué el alfa le ordenó atacar a ese rottweiler, por qué ese perro lo mordió con tanta rabia y crueldad “ tuve que defenderme” pensaba mientras cerraba los ojos cansado, “si no apretaba su cuello me hubiera seguido haciendo daño”, recordaba mientras estaba echado en la mesa donde Feo lo trataba de curar. El hombre le echó el ron que bebía en sus heridas y eso le dolió mucho a Killer, pero no ladró, el alfa podría molestarse, Feo lo ató a la mesa y cosió la herida, mientras Killer aullaba de dolor, luego se durmió.
Lo extraño era el sabor de la sangre en su boca, ese sabor le había gustado, sentía que algo en su interior se había transformado, estaba triste, no había querido matar a ese perro, ¿pero ese sabor de la sangre?.. no le había parecido fea “¿por qué quiero más? ¿por qué? ¿qué me está pasando?, ¡quiero más sangre!” dudaba sabiendo que no era algo bueno. En su sueño repasaba las escenas de la pelea, la sangre en su boca, su mamá herida, los golpes de Feo. Despertó sobresaltado, tenía calor, su cuerpo quemaba por la fiebre, ya no estaba atado, bajó y se echó cerca de su amo.
Afuera llovía sin parar y Feo se había dormido de lo borracho que estaba. Killer trató de descansar, tenía frío.
Un rumor despertó a Killer al rato, algo grande se acercaba, presintió el peligro, comenzó a ladrar, miró a la ventana estaba clareando pero aún no era de día, ladró más fuerte, para que el hombre reaccione, pero Feo no se despertaba, estaban en su cuarto, donde el rufián se encerraba para jugar lejos de sus hijos y su mujer. Killer se puso de pie. El ruido se acercaba, seguía lloviendo, los cristales estaban empañados de lluvia. Killer se asustó, ladró más fuerte el ruido se les venía encima, giró desesperado sobre sus patas, le dolía el cuerpo, le dolía su cuello. Afuera se escucharon gritos de niños y mujeres, los perros aullaban, parecía que el cielo se había quebrado.
– Carajo Killer ¿Qué mierda pasa, déjame dormir? – gritó el Feo cuando despertó abruptamente. No dijo nada más, la sorpresa no lo dejó.
Las paredes de la casa de esteras y cartones estallaron.
Era un “huaico” que bajaba por la quebrada del río Chillón arrastrando todo a su paso. Venía cargado de lodo, de escombros, de hombres, de animales y de todo lo que destruía y arrastraba a su paso. Inundaba las casuchas y las casas que no se llevaba con la fuerza con la que bajaba.
En medio de la fuerza del deslave Killer luchaba por mantenerse a flote, casi no tenía fuerzas estaba asustado, sin saber qué hacer. Algo lo golpeó, era una puerta, por instinto la mordió con fuerza y no la soltó. Eso lo salvó.
Cuando despertó el pobre animal estaba más muerto que vivo, le sangraba el cuello, tenía nuevos cortes en el cuerpo. Intentó moverse le dolía hasta la uña de cada pata, no sabía dónde estaba, el silencio de la muerte lo rodeaba, alguien lloraba pidiendo auxilio entre los escombros y el barro, era la voz de una mujer. Killer estaba asustado y como pudo caminó o se arrastró sin rumbo sobre el lodo, quizás podría encontrar al Feo.
Al mediodía cuando el sol estaba en su zenit Killer se recostó a la sombra de una piedra. Tenía sed y le dolía el cuello intensamente, el lodo se secaba sobre él pesando demasiado.
Cuando los rescatistas ayudaron a la mujer que gritaba, se encontraron con Killer a unos metros, estaba muy golpeado y herido. No fue fácil rescatarlo, el miedo lo hacía peligroso, si hubiera estado en condiciones los hubiera atacado, él gruñía, mostrando sus dientes, ladrando lastimeramente, no podía moverse mucho de lo débil que estaba, acercaron una cuerda y amarraron su hocico, alguien le puso una manta sobre la cabeza y se quedó quieto, luego lo envolvieron en otra manta con mucho cuidado, lo sacaron del lodo, lo limpiaron un poco y lo subieron a un camión. Estaba tan cansado y débil que ya no se quejó, sin embargo todos tenían miedo de la reacción del pitbull.
Lo llevaron a una veterinaria, allí lo durmieron con una inyección. Cuando Killer despertó en el tópico de una veterinaria, tenía en el hocico un bozal, sus heridas habían sido limpiadas y curadas, le habían cosido algunas de ellas, la del cuello estaba hinchada y era la que más le dolía. Su cara estaba hinchada, su pata derecha estaba vendada con un fierro para fijarla, se sentía raro, estaba anestesiado y sus movimientos eran lentos.
Levantó la cabeza observó a la mujer que lo limpiaba, ella le sonrió diciendo suavemente – Hola perrito, ya estás en un lugar seguro, quédate tranquilo, vas a volver a dormir, el sueño sana – la voz era tan suave y dulce que calmó a Killer, por vez primera se sintió seguro. Entonces se volvió a dormir.
Dicen que durmió dos días de lo cansado que estaba y por los sedantes. Despertó en una jaula, estaba amarrado y con una aguja en el brazo, con movimientos toscos quiso sacarse la vía que se unía a un envase con algo que parecía agua, no pudo. Se fastidió y gruñó. El bozal no lo dejaba ladrar.
La mujer se dio cuenta que estaba despertando y comenzó a hablarle.
– Hola perrito, que bien que despiertes, estás en mi casa. Me llamo Lelia, yo te cuidaré. Has dormido mucho, sé que te fastidia estar amarrado pero es por tu bien, así no te quitas el suero.
Killer la observó en silencio y luego gruñó, mostraba los dientes debajo del bozal. La mujer siguió hablando
– No sé cómo te habrá tratado la vida hasta hoy amigo, pero conmigo todo será diferente. Te llamaré Rango, como el camaleón de la película que me gusta – dijo ella con expresión dulce, mientras estiraba su brazo hacía él.
A Killer la voz de la mujer lo calmaba, pero aún así no entendía por qué y no sabía cómo reaccionar con ella porque nunca lo habían tratado bien. De pronto ella acercó su mano a través de la reja y tocó su cabeza, sin golpearlo. Era la primera vez que sentía una caricia.
Killer acostumbrado a los malos tratos, no podía descifrar lo que sentía, no era ira. Su instinto solo hizo que rechazara esa caricia, se movió toscamente y ella retiró la mano. Sin embargo, mientras le hablaba ella volvió a intentarlo. Acercó su mano, olía bien, esta vez Killer no se movió. Se dejó acariciar y se sintió bien. Miró a Lelia y movió la cola un poco, sin comprender por qué.
Pasaron dos días y Killer fue sanando poco a poco, le quitaron el suero, las amarras, la herida cerca del cuello seguía hinchada y olía mal le causaba dolor a Rango como comenzaron a llamarlo todos los que trabajaban en ese lugar. Nadie se le acercaba sin precaución, pues a pesar de que se movía poco, ante la cercanía de alguien él gruñía. Solo Lelia parecía no temerle, le hablaba con cariño y le acariciaba la cabeza poco a poco comenzó a mirarla diferente, comenzaba a confiar en ella.
Al quinto día de estar en ese lugar, Lelia se acercó a la jaula, lo miró con expresión de preocupación. – Esa herida está hinchada, debe de doler mucho Rango -, a pesar de que el pitbull mostraba los dientes ella acercó su mano con precaución y acarició su cabeza. Rango se sorprendió de lo bien que se sintió y por primera vez movió el muñón que tenía por rabo varias veces.
– Te vamos a curar amigo y estarás bien – dijo ella con esa voz dulce que lo adormecía y le daba tranquilidad.
Lelia le acercó algo de comida en su mano y Rango aceptó. Al rato el pitbull se sintió extraño y cayó en profundo sueño.
La operación no duró mucho, cortaron la herida de la que salió un líquido blanco y sanguinolento con mal olor, removieron los tejidos muertos y luego cerraron la herida con suturas nuevas.
– Dra.Lelia, encontramos el diente de otro perro, eso producía la infección y por ello no cicatrizaba la piel. Es una suerte que me llamara la infección se hubiera propagado – dijo el doctor Sandoval.
– Doctor muchas gracias, pobrecito Rango como habrá sufrido el pobre – dijo Lelia apenada.
– Creo que lo han usado para peleas y es una pena. Mira sus heridas y laceraciones hechas en el huaico. Pero esas cicatrices que tiene y la herida en el cuello son mordidas, me temo que lo han usado para peleas. Ten cuidado, estos pobres animales suelen ser muy agresivos, les matan los sentimientos – dijo el doctor Sandoval acariciando el lomo de Rango que dormía sedado.
– El amor todo lo puede cambiar doctor, como dice la canción de Mercedes Sosa «al malo sólo el cariño lo vuelve puro y sincero». Se quedará conmigo doctor. Rango aún puede renacer, mi corazón lo dice. Su instinto natural es bueno. Le enseñaron a pelear, aquí le enseñaremos a amar – contestó ella con una extraña energía.
Después de la operación la mejoría de Rango fue rápida, tenía hambre y su humor fue cambiando. Desde la jaula podía observar a otros perros frente a él en sus jaulas y una mesa de metal, donde él estuvo echado y donde sentaban a todos. Algunos estaban poco tiempo, y luego venían por ellos. Rango no salía de la jaula, como los otros animales. La única que se acercaba era la Dra. Lelia, se dejaba acariciar por ella, ella le curaba la herida y le hablaba con voz pausada. Le gustaba que ella le acercará la comida con su mano. Su corazón se alegraba cuando ella llegaba, Rango movía la cola en señal de felicidad y se movía dentro de la jaula. Ladraba porque quería salir, pero nadie lo entendía, sus ladridos eran fuertes, con cólera y fastidio. Sin embargo se sentía bien allí, todos lo trataban con cariño y le hablaban bien. La señora de la limpieza que al comienzo temblaba con solo verlo ahora le saludaba y hablaba, los jóvenes que ayudaban a la Dra. Lelia le fueron perdiendo miedo, al ver que Rango ya no gruñía tanto y movía la cola cuando le daban galletas.
Una mañana se despertó por unos gritos, una mujer traía en brazos a un pequeño perro sangrando de la pata. Lo echaron sobre la mesa. La doctora Lelia, y su asistente atendieron al accidentado. Limpiaron, cocieron y curaron. Desde su lugar Rango entendió que eso habían hecho con él. Que ellos lo habían sanado.
Lelia y Joaquín cargaron con cuidado al pequeño perro, lo pusieron en la misma jaula en donde Rango guardó reposo atado para que no se hiciera daño.
Rango comprendió que todo eso lo habían hecho para curarlo y por primera vez ladró diferente. No fue un ladrido como el acostumbrado, fue un “guau” tranquilo, generoso, agradecido, vigoroso pero no fuerte.
Ambos se miraron, Lelia y Joaquín, intrigados.
– ¿Escuchaste? ¿Fue un ladrido? ¿O nos está llamando? – preguntó Lelia.
– No lo sé doctora, pero si lo sentí diferente – respondió Joaquín
– Veamos entonces – y acercándose donde Rango le habló suavemente – ¿Rango, qué quieres amigo? ¿ Quieres salir a pasear?
Y Rango, sin entender aún por qué, comenzó a mover el muñón que tenía por cola descontroladamente. Ella acercó su mano y antes que acariciara al perro, este comenzó a lamer su mano en señal de agradecimiento. Lelia se puso a llorar.
Había renacido Rango.
Los encontré en el parque una mañana que iba caminando hacía una reunión. Lelia es mi amiga y me contó esta historia entre lágrimas de emoción y sonrisas, una historia que me emocionó y me ayudó a reflexionar cuando observaba a Rango correr por el parque, se acercó, me olió y se dejó acariciar. Luego corría con unos niños feliz.
El amor lo puede todo. Solo es cuestión de ofrecerlo sin esperar nada a cambio, siempre regresa.
Si ellos pueden sanar ¿Por qué los hombres nos resistimos a hacerlo? me pregunto cuando pienso en algunas personas que quiero tanto y no olvidan.