Rolando Sierra Fonseca
Uno de los mayores reconocimientos de Ramón Oquelí (1934-2004), tanto en vida como después de su muerte, es el de su talante humano e intelectual. Seguidor de la ética del filósofo español José Luis Aranguren, quien desarrolló una ética del «modo de ser», la «perfección», la «vocación» y la «felicidad», Oquelí se caracterizó por un modo de ser ético.
Para Aranguren la dimensión ética de la persona se expresa mediante su ethos, es decir: «el carácter éticamente considerado, es la personalidad moral, lo que al hombre le va quedando «de suyo» a medida que la vida pasa: hábitos, costumbres, virtudes, vicios, modo de ser. En suma, ethos. La tarea moral consiste en llegar a ser lo que se puede con lo que se es» (Ética, Revista de Occidente, Madrid, 1975, pp. 460-470).
El «talante» pasa a ser el centro unificador de los sentimientos y de la vida moral: «pathos y ethos, talante y carácter, son pues, conceptos correlativos. Si pathos o talante es el modo de enfrentarse, por hábito, con esa misma realidad… talante y carácter son, pues los dos polos opuestos de la vida ética; premoral el uno, auténticamente moral el otro; pero importa mucho hacer notar que solo en la abstracción son separables… el hombre constituye una unidad radical que envuelve en sí sentimientos de inteligencia, naturaleza y moralidad, talante y carácter» (El Buen Talante, Editorial Tecnos, Madrid, 1985).
En Oquelí se encuentra ese buen talante que envuelve inteligencia y un modo de ser ético. En 1990, uno de sus mejores amigos, Edgardo Paz Barnica lo reflejaba en esta perspectiva: «… orgullo de Honduras y exponente del mejor mensaje intelectual del hondureño que lucha en cualquier trinchera, que no se rinde en los combates del pensamiento, y que no claudica ante las dádivas y las prebendas que ofrecen los prepotentes, los corruptos y los mercaderes» (Paz Barnica, E.; 1990).
Esta imagen y opinión ha sido recurrente y ratificada por todas las personas que han escrito sobre él: «Oquelí –ha dicho Juan Ramón Martínez– es un intelectual que para lograr el respeto de la comunidad nacional no ha tenido que hacerles concesiones a nadie» (Martínez, J.; 1991: 67).
Ramón Oquelí fue un «hombre entero», sin tacha. Desarrolló una claridad para describir e interpretar la realidad de Honduras, así como de sus personajes políticos e intelectuales. En sus escritos aparece una imagen clara y precisa de Honduras, sin condescendencias, sin prejuicios ni sectarismo ideológico.
Fue sumamente claro y enfático en decir que en Honduras las cosas «son así». Tuvo la impavidez, reclamada por Julian Marías del intelectual, para escribir con valentía; escribió sobre los grupos de poder, los militares, la represión, la violación a los derechos humanos, y sobre los excesos de poder, ya sea de organizaciones, de grupos o de personas. Tampoco escribió a favor o en contra; escribía tal como él veía las cosas. No se dejó llevar por modas o enfoques de coyuntura. Sus temas de análisis fueron continuos, como su crítica a las fuerzas armadas y a los partidos políticos.
Por otra parte, fue valiente al rescatar y proponer el pensamiento de figuras como José Cecilio del Valle, en un ambiente donde la tradición intelectual y popular lo daba como conservador y reaccionario, en contraposición a la figura de Francisco Morazán. Escribió también sobre personajes como Juan Pablo Wanwrigth, Alfonso Guillén Zelaya, Ocaso Rodríguez y Castañeda Batres, quienes iniciaron un pensamiento y una práctica política fuera del tradicional liberalismo y nacionalismo.
Es muy significativo el primer artículo que escribió como editorialista del diario La Prensa el 17 de junio de 1964, titulado «Sin miedo», haciendo ver que:
«En Honduras, país de dictaduras y anarquías intermitentes, quien toma la pluma tiene como trasfondo un temor casi ancestral. Han sido tan largos los períodos en que nadie podía decir nada –sin el riesgo de irse a la tumba o al turismo del hambre– que es históricamente explicable no hayamos nunca ejercitado la difícil disciplina del diálogo. Cuando han existido épocas de relativa libertad, tampoco se han aprovechado, porque cada grupo se ha dedicado a cantarse a sí mismo los méritos con que autoadornan, describiendo en contrapunto la perversidad del opositor… mucha letra impresa en un mar de miedo, ha sido gran parte nuestra prosa» (GS I: 17).
Esta es la línea que seguirá en sus casi cuarenta años de vida intelectual, desafiando este trasfondo de temor, pero sin prepotencia y sin tomar una actitud de crítica por la crítica. Siempre su opinión fue clara y responsable: «No es costumbre entre nosotros, mostrar en forma clara, opiniones que pueden herir sus sensibilidades de los habitantes» (GS I: 45).
En sus escritos se encuentran claras y valientes opiniones y comentarios sobre la situación histórica y actual del país o sobre el desempeño de determinados grupos de poder, como las siguientes:
«La situación de Honduras es trágica; no sólo anda en bancarrota la economía, sino la moral, la simple posibilidad de sobrevivir» (GS I: 128).
«Hoy pensamos que no hay derecho a permanecer tranquilos cuando las cosas van mal a nuestro alrededor» (GS I: 133).
«… El presidente López no da muestras de querer intentar su ‘despegue’ en la administración pública, cuando debía empeñarse en una radical reforma de nuestras instituciones» (GS I: 300).
Ramón Oquelí, como muy bien lo expresó uno de sus más fieles lectores, Segisfredo Infante, fue hombre «bien formado y bien informado», que se dio a la tarea de la crítica, pero que sobre todo «ha deseado orientar positivamente a sus lectores hacia la consecución de una Honduras menos bárbara, más humana y por añadidura, culta y civilizada. Oquelí se ha hecho, intencional o involuntariamente, del pensamiento del filósofo español don José Ortega y Gasset: orientador desde la plazuela intelectual que es el periódico» (Infante S. 1993: 35).
Ramón Oquelí fue portador de «una ética pensada y una ética vivida», como diría su maestro Aranguren. Construyó y vivió conforme a una ética civil, es decir, la actitud básica de saber escuchar al otro que piensa de una manera distinta, como también la capacidad de desarrollar un lenguaje común racional sin argumentos de autoridad (que para el otro son irrelevantes por razones de no pertenecer a su concepción del mundo y no tanto por falta de respeto) (cfr. Vidal, M.).
Así lo reconoció el actual rector de la UNAH, institución en la que Oquelí se desempeñó como investigador y catedrático durante 36 años:
«Un hecho que retrata con líneas muy precisas las virtudes del notable compatriota que hoy despedimos con general tristeza y que revela asimismo su desprendimiento por las cosas que no encajaban en el precioso moblaje de sus principios, es que jamás aceptó cargos y dignidades que en más de una ocasión le ofrecieron; porque el libro y el aula fueron en todo momento el Alfa y Omega de sus ocupaciones y preocupaciones…» (Pérez-Cadalso, G.: 2004: 1).
La sencillez y la prudencia lo caracterizaban, entendida esta última como la comprendía el Papa Juan XXIII: «prudencia no es callar, sino decir las cosas cuando tienen que decirse». Nunca escribió ni más ni menos sobre los temas que trató o sobre los personajes que estudió.
Esta es la imagen de un hombre que trató de comprender la sociedad hondureña desde su tradición y procesos de cambios. Su personalidad fue la de un hombre «natural, incisivo y huraño», se dijo en el editorial del Diario El Heraldo del 20 de septiembre de 1989, comentando la entrega del Premio de Estudios Históricos «Rey Juan Carlos I», definiéndolo de la siguiente manera el Editorial de Diario Tiempo:
«…Como hombre educado, es refractario a la publicidad personal y al elogio, aunque se lo merezca por muchos motivos, prefiere la labor callada sistemática, e incluso la estimulación de otros intelectuales y artistas de escritores e investigadores, sin egoísmos tan comunes en nuestro medio» (13 de septiembre de 1989).
De igual modo, el editorial del diario La Tribuna lo calificó como
«… un maestro a carta cabal, un intelectual de probada honestidad, un ejemplo para los jóvenes y para los viejos, un amigo de esos que ahora son la excepción y un hombre de hondas convicciones, en las que no tienen cabida los prejuicios sectarios ni los apasionamientos ideológicos sin sentido» (14 de septiembre de 1989).
Este editorial resume cuatro características que fueron el norte de la vida y el modo de ser del maestro Oquelí: honestidad intelectual, amigo excepcional, de convicciones profundas y antisectario. Fue un «radicalmente otro» respecto a las circunstancias hondureñas que le tocó vivir, marcadas por la deshonestidad, la enemistad, la desconfianza, el sectarismo y el maniqueísmo radical.
Uno de los elementos más destacados del talante ético de Ramón Oquelí es el de su sentido de la amistad, vivida por él tal como la definiera Julián Marías: «Cuando una sociedad está profundamente dividida, cuando ante el prójimo se pregunta ante todo qué opina, de qué ideología política o religiosa es, la amistad queda automática-mente viciada y adulterada» (GSI: 27). Rubén Villeda Bermúdez, al referirse al maestro el día de sus honras fúnebres, expresó: «Su humildad era tan grande como su sabiduría. Su sabiduría era tan grande como la amistad que prodigaba» (Villeda, R.; 2004: 5).
Su trato personal con el prójimo siempre fue fraternal, solidario y sobre todo equitativo. Magdalena Escalante, la persona que acompañó a la familia Oquelí-Turcios en su casa desde 1980, expresa: «Nunca habrá en Honduras una persona como don Ramón. Trató a todas las personas que llegaban a esta casa por igual, desde el señor que recoge la basura o la niña que vende tortillas hasta el presidente de la República».
El talante intelectual de Ramón Oquelí queda muy bien reflejado en la espléndida imagen que dibujó Juan Ramón Martínez: «Disciplinado como ninguno; estricto en su trabajo y respetuoso de lo demás, Oquelí representa el caso del intelectual de nuestro tiempo en que el escritor no tiene contradicción alguna con el hombre. El hombre y el intelectual son una sola cosa, sin figuras o contradicciones» (Martínez, J.; 1991:67).
El testimonio de Noé Pineda Portillo ratifica también estas características de honestidad y sinceridad: «….era un hombre muy sincero y honesto a carta cabal, a tal extremo que no era amigo de la ostentación, la adulación y la vanidad” (Pineda, N. 2004: 6).
En este tiempo en el que el siglo XXI avanza donde la incertidumbre y la complejidad, como lo ha demostrado Edgar Morin, parecen ser las circunstancias que acompañan a la humanidad, y donde en términos científicos e intelectuales se ha desatado una crisis de paradigmas y megarrelatos que nos han hecho replantearnos conceptos y categorías de análisis e interpretación, no se puede renunciar al buen talante intelectual, y en Ramón Oquelí encontramos lo que en su momento expresara Sigisfredo Infante, «un modelo viviente de trabajo intelectual para los hondureños».