Por José Antonio Funes
En 1923 Froylán Turcios era diputado del Partido Liberal y lideraba una campaña como vicepresidente del Comité Pro-Paz, cuyo objetivo era trabajar por la paz del país, amenazada por las pasiones políticas que condujeron a la guerra civil de 1924.
Relata el poeta en sus Memorias que en una mañana de 1923 se encontró con dos bellas mujeres y un hombre de apariencia antipática, que deambulaban por el centro de Tegucigalpa. Asegura que abordó a “la más guapa” y le preguntó en qué podía servirle. Los tres extranjeros buscaban alquilar una casa y Froylán Turcios les ofreció, gratuitamente, una de sus residencias que tenía enfrente del Parque Herrera.
Los inquilinos no gozaron por mucho tiempo de su nuevo domicilio pues en menos de 24 horas fueron capturados por la policía hondureña en el Hotel Agurcia. ¿Quiénes eran los tres misteriosos personajes y por qué fueron arrestados? La más guapa era la actriz estadounidense Clara Phillips, la otra mujer era su hermana, Etta Jackson, y el hombre era Jesse Carson, un periodista norteamericano. El objetivo de la captura era Clara Phillps (1898-1969), por cuya búsqueda la policía de Estados Unidos había movilizado hasta a la misma Scotland Yard.
En 1922 C. Phillips, originaria de Texas, había huido de una prisión de Los Ángeles donde purgaba una pena de diez años por haber asesinado a martillazos a la que suponía ser la amante de su marido Armour L. Phillips: Alberta Gibson Tremaine Meadows, una joven de 19 años y empleada del First National Bank. La convicta había llegado a Honduras después de atravesar México, Guatemala y El Salvador, confiada en que no había para entonces un tratado de extradición entre Honduras y EEUU. El crimen fue tan horrendo y con tanta saña que el cuerpo de Alberta, tal como lo encontró la policía, parecía haber sido destrozado por un tigre. Por esa razón, además del apelativo de “la asesina del martillo”, a aquella mujer que había deslumbrado a Turcios también se le conocía como “la mujer tigre”.
Al darse cuenta de la captura de los extranjeros, Turcios invitó a sus amigos Alfonso Guillén Zelaya y el periodista mexicano Juan de Dios Bojórquez, para visitar a los capturados que habían sido conducidos a la Dirección de Policía. Guillén Zelaya tradujo al inglés un breve discurso de Turcios en defensa de C. Phillips, donde reclamaba porque la encantadora dama no había recibido en Honduras un asilo seguro. Manifestaba también que, por haber dado muerte a su rival en un rapto de celos, “los espíritus generosos la absolvían de su delito”, y que de haber sido él presidente de Honduras, Clara “jamás habría puesto los pies en una ergástula”. Por su parte, Bojórquez publicó en Revista de Revistas de México una interesante crónica sobre su visita.
De nada sirvieron las gestiones de Turcios en favor de la liberación de Clara, que fue conducida a la prisión del castillo de Omoa. Al ver indignado y resignado cómo la subían esposada y encadenada al carro de la policía, pensó que si hubiera contado con tres hombres resueltos hubiera perseguido en otro carro a los dos “sabuesos” que la custodiaban, “rematándolos a tiros y poniendo en libertad a la bella prisionera”.
El 26 de mayo de 1923, C. Phillips fue extraditada a EE. UU. y posteriormente internada en San Quentin State Prison de Los Ángeles, donde poco después intentó suicidarse cortándose las venas de sus muñecas. El 17 de junio de 1935 obtuvo su libertad, bajo la promesa de convertirse en “una ciudadana útil y en un modelo de esposa”. Se dirigió a San Diego, donde ejerció como asistente dental, una profesión que había aprendido en la cárcel. Poco se supo de ella después, solo que cambió de nombre y que fue vista en Texas en 1961.